Durante el año 2011 estuve analizando una pequeña empresa española llamada Dinamia. No era una empresa que me gustara mucho para mantener de forma indefinida, pero me parecía que estaba infravalorada, y que podía ser una buena oportunidad de value investing. En el momento en el que me fijé en ella cotizaba alrededor de 5 euros, y aunque me parecía un buen precio, me puse el objetivo de entrar si llegaba a 3,50 euros. Efectivamente, Dinamia llegó a 3,50 euros, e inclusó bajó más, pero yo no compré acciones en ese momento. El motivo es que todo lo que leía sobre ella de los «expertos» era malo. A mi me parecía que comprando por 3,50 euros algo que creía que debía valer mucho más era un chollo, pero me dejé que llevar por los que sabían más que yo, y elegí otra empresa (grave error por mi parte).
En lugar de comprar acciones de Dinamia, las compré de Telefónica. Telefónica tenía un dividendo grande y creciente. Pronto tendría una RDP del 10% y, además, es una empresa fiable. Yo no veía nada claro el futuro de Telefónica, pero los que sabían de esto lo recomendaban. Así que, en vez de comprar acciones de Dinamia, las compré de Telefónica. ¿Qué pasó después? Telefónica suspendió su dividendo, sus beneficios cayeron, y su cotización hizo lo mismo. Por su parte, Dinamia repartió un dividendo extraordinario de 1 euro por acción, más el dividendo ordinario de 70 céntimos por acción (es decir, sólo con los dividendos ya habría recuperado casi el 50% de mi inversión pues, encima, los dividendos son libres de impuestos) la cotización subió, y la empresa siguió repartiendo dividendos de 0,70 euros limipios por acción.
Creo que fue tras esta situación el momento en el que me di cuenta que tenía que hacerme más caso a mí mismo. Desde entonces, aunque leo a los más grandes inversores de la historia para aprender de ellos, cuando se trata de invertir me hago caso a mí mismo. Eso no quiere decir que ignore lo que dice el resto del mundo. Es más, pongo atención a sus ideas, pero si me parece que yo tengo razón y los demás no (por muy listos o famosos que sean), sigo mi camino.
Precisamente de hacerse caso a uno mismo va este fragmento del libro El Arte de Reflexionar Sobre el Dinero de André Kostolany, en el que se cuenta una historia parecida a la mía, pero al revés:
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Ideas
Las ideas las tiene el bolsista que actúa de manera intelectual; que lo haga de forma correcta o errónea, en principio, no tiene importancia. Lo principal es que actúe con reflexión y que tenga imaginación. Y tiene que creer en sus ideas. Si ha planificado una estrategia no debe ceder en el empeño ni por los amigos, no por el ánimo general, ni por los acontecimientos diarios, ya que de otro modo su genial idea no sirve de nada. A las cuatro G (alemanas) del General Mariscal de Campo Von Moltke le podría añadir otra más para Glauben (fe).
Se podría sustituir la palabra «fe» por «fantasía». Ya he explicado, con ayuda del ejemplo de los empréstitos alemanes y zaristas, lo importante que es la fantasía para el especulador. Me uno a lo que dijo Einstein: «la fantasía es más importante que el conocimiento» (es curioso lo que se menciona a Einsten en el mundo de la inversión).
La siguiente historia nos demuestra hasta qué punto la fantasía de los especuladores puede extraviarse en el futuro: poco después del término de la guerra, Italia se encontraba en una situación peculiar. El país en sí no había sufrido apenas las consecuencias directas de la guerra. La mayor parte de las fábricas estaban intactas, pero no podían funcionar por falta de materias primas y éstas no se podían comprar por falta de divisas. Un sistema acordado inteligentemente con lo Estados Unidos ayudó a Italia a salir de ese callejón sin salida. Basándose en unos acuerdos de trabajo remunerado, los Estados Unidos facilitaron a Italia materias primas como lana, algodón y seda artificial. Tras ser elaborada en las factorías italianas, una parte de la mercancía regresaba a Estados Unidos como pago, mientras que el resto se dedicaba al mercado interno o, incluso, se exportaba a otros países europeos. A partir de 1946 la industria textil italiana tuvo motivos de alegría ya que floreció y la Bolsa de Milán vivió un resurgimiento. Poco a poco se fue restableciendo ese ambiente apasionado que antes de la guerra hizo de la Bolsa de Milán uno de los centros mercantiles de Europa donde la especulación era más intensa. Esta revitalización, sin embargo, se limitó más o menos a la fabricación, al comercio textil y a las industrias derivadas que, directa o indirectamente tenían que ver con la textil: almacenes, maquinaria textil, etc.
Cuando regresé de Estados Unidos, donde se estaba juzgando a Europa con cierto pesimismo, quedé muy sorporendido al encontrar una verdadera abundancia de artículos de algodón, seda y lana en las elegantes tiendas situadas en las proximidades de la catedral. Mi interés por la especulación reaccionó de inmediato. Le pedí consejo a uno de mis amigos, agente de la Bolsa de Milán.
-Ya es demasiado tarde para intervenir aquí- me dijo -las cosas buenas ya han subido demasiado. Son demasiado caras para poder comprar. Y no existe razón alguna para creer que van a subir aquellas que no son caras.
Volví de los Estados Unidos, pero todavía no estaba demasiado informado de las circunstancias en Europa. Mi amigo debía de conocer a situación que yo, así que me di por satisfecho con sus apreciaciones y me tuve que quedar sin probar ni un trozo de aquel «pastel».
Unas semanas más tarde me llamó la atención una noticia del diario Neue Zürcher Zeitung. La gran fábrica automovilística de California Kaiser-Frazer acababa de firmar un contrato con la Fiat de Turín por el cual la empresa italiana debía construir cien mil motores al año en regimen remunerado. Vaya, me dije, el sistema seguido en la rama textil ha creado escuela. ¿A quién le toca ahora el turno? Seguramente a los automóviles. Unos pocos minutos de reflexión me bastaron para saber qué hacer.
En el momento de apertura de la Bolsa le pregunté a mi agente:
– Dígame, ¿cuáles son las peores acciones dentro del sector automovilístico?
– Querrá usted decir las mejores, ¿no? La Fiat.
– No, no, las peores, las que cotizan peor. Infórmese, por favor. Me intereso de veras por las peores, por muy extraño que eso pueda parecerle.
– Muy bien -me dijo, y desapareció entre la multitud. Al cabo de unos minutos regresó.
– Se trata de la empresa Isotta-Fraschini (I.F.); la empresa está al borde de la bancarrota.
Este nombre me trajo a la memoria aquellas limusinas de antes de la guerra que las grandes estrellas de cine y los grandes financieros conducían gustosamente. I.F. ¿unas inciales de lujo, que ahora significabam «Industria con dificultades de Financiación»?
– ¿Está usted seguro?
Desapareció de nuevo entre la multitud agitada.
– Sí, sí, estoy más que seguro. I.F. está a un paso de la bancarrota.
– Bien, bien, quiero comprar un paquete de acciones.
Con un rostro que mostraba gran escepticismo, cumplió mi orden a unas 150 liras por acción.
Una vez satisfecha mi ansia especuladora, abandoné la Bolsa, y algunos días después también la ciudad. Pasaron meses antes de mi regreso a Milán. Mi agente de Bolsa me telefoneó de inmediato.
– Le felicito, querido amigo, por aquella excelente confidencia. ¿Dónde la obtuvo? Ahora no me diga que no sabía nada. Es increíble, Isotta cotiza a 450. Seguramente querrá vender, ¿verdad?
– De ningún modo -le respondí.
Y le di instrucciones de que comprara más acciones de Isotta. En esa ocasión obedeció de inmediato. Trató de ocultar su sorpresa y llevó a cabo mi encargo.
A mí mismo em sorprendió que una idea así, como caída del cielo, tuviera éxito tan rápido. Decidí seguir la evolución de las cotizaciones.
Esas acciones significaban un caso excepcional, pues eran las únicas que subían. En efecto, los restantes valores, incluso los de Fiat se mantenían constantes. Las acciones que compré por 150 liras las vendía a 1.500 después de que hubieran llegado hasta 1.900 liras. El milargo tenía una explicación. Mi idea resultó acertada. En el transcurso de la reconstrucción, las ramas industriales estuvieron en el candelero una tras otra. Italia tenía buena fama en la industria automovilística y estaba muy interesada en mantenerla en el futuro. Por todas partes surgiron grupos de capitalistas e industriales extranjeros, que estudiaron la situación de la industria italiana y establecieron sus planes para volver a ponerla a flote. Uno de estos grupos se hizo cargo de la empresa I.F. con el objeto de reorganizarla para ponerla de nuevo en condiciones de trabajo. La empresa I.F. ya no existe como tal en la actualidad, puesto que se fusionó con otra. Pero mi recuerdo continúa siendo el símbolo de una de mis especulaciones más audaces y de mayor éxito.
Conclusión:
Seguramente ni tú ni yo seamos André Kostolany o cualquier otro gran inversor, pero si tenemos cierta formación en Bolsa, y un juicio más o menos razonable, probablemente sea mejor dejarse llevar por el propio juicio, que por el ajeno.
Yo ya tengo claro que, tanto los errores como los aciertos en mis inversiones dependerán de mí. Obviamente no voy a cerrar los ojos y taparme los oídos para no oir otras opiniones, más bien al revés. Pero si me parece que estoy en lo correcto, seguiré adelante con mi ideas. Si en algún momento creo que puedo estar equivocado, tampoco me empeño, y trato de corregir mi error. Lo peor que puede pasar es que me vaya algo peor a corto plazo, pero que, gracias al aprendizaje, me vaya mejor a largo plazo.
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No puedo estar más de acuerdo. Un saludo.
Me alegro de que coincidamos. Saludos.